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No vuelve un eco 

 

 

 

Pre-sentir un espacio como una sensación anterior al recuerdo, incluso anterior a la representación. Las casas que habitamos en la infancia se desdibujan continuamente para volver a configurarse; ensamblajes de texturas, temperaturas y sonoridades desbordan la rigidez de una presunta fidelidad arquitectónica. Son aquellas arquitecturas suaves las que conforman la topografía de la memoria, las que revelan sus tiempos comprimidos, calcificados en la cristalería, en las suaves hendiduras del terrazo o en la viscosidad del tergal a contraluz.

Para la exposición “No vuelve un eco”, el artista Edgar Solórzano creó esculturas e instalaciones que liberadas de sus propósitos prácticos, ya sea por su imposibilidad o abstracción, emergen como espejismos. Al fondo de cada pieza las relaciones entre los objetos y sus funciones se hallan desordenadas, produciendo un ejercicio de materialidades ensoñadas. Hay momentos en que el candelabro y la escalera invocan una clase de presencia melancólica, fantasmal incluso o que la cortina se agita, reconociendo las voces que murmuran a su alrededor. A través de la inevitable pérdida de la

memoria original, Edgar rehace la casa, una y otra vez, partícula a partícula.

 

“Esos bellos fósiles de duración”. Es así como Gaston Bachelard describe a los objetos domésticos en el libro “La poética del espacio” (1957). Atravesar objetos en los cuales se han sedimentado capas de tiempos produce un estremecimiento en quien recorre algo tan familiar como desconocido. Es en esta desorientación que las piezas son objetos que nos tantean para ver si ellos nos recuerdan a nosotros.

Aquí, surge el reverso del recuerdo, aquí surge el reverso de una casa.

Mariel Vela 

Las gotas de los candelabros eran lluvia que nunca vimos bajar. Crecimos y nos fuimos para regresar a funerales. El vidrio cortado se precipitaba tan lentamente en un aparente estado suspendido, congelado, refractando los atardeceres color melón. Una lluvia de escala geológica. Un cementerio que sedimentó las erosiones, los diluvios y las familias. Las reuniones pararon, los muebles se divorciaron en herencias.

Crecimos y nos fuimos.

Edgar Solórzano

Edgar Solórzano 

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