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El aire quedó 
ligeramente envenenado

Esta exposición es un encuentro con las libretas de apuntes –notas, intimaciones y bocetos, que quizá no planeaban abrirse a la mirada externa– de Andrea Bores, Manuela García, Ángela Ferrari y Valentina Guerrero. 
 
Se desprendían los murciélagos
desde sus escondites, sus cuevas ocultas caían a los platos,
como rosas, como ratones que volvieran del infinito,
todavía, con las alas...
 
Los seres y las cosas del mundo nos observan. 
 
Ríos subterráneos. Animales-piedra. La soga en un cuarto vacío. La hierba que crece entre el cemento. Una cucaracha que avanza liviana por la cocina. El meteorito que parte la tierra. Paisajes-bestias, con su tipología y sus cantidades exactas de aire, tierra y agua. El conejito negro que nos mira de vuelta. Sudar frente a una ventana abierta. Plantas que dan frutos con pelaje. Palabras que bajan por la montaña. 
 
Presentimientos y augurios. Antes todo era claro: yo era el sujeto y eso era el paisaje: la ciudad, la naturaleza, incluso la ruina. Arriba de los pómulos estaban los ojos y enfrente el mundo. Si algo estaba demasiado lejos, el control volvía echando mano de prótesis como lentes y binoculares precisos que diseccionaban el plano general a favor de la nitidez y la precisión. Luego, las representaciones originales se distribuían en copias que terminaban por alterar, ficcionar y producir el mundo bajo la ilusión de unidad y verdad. No resulta difícil imaginar entonces que el paisaje causara tranquilidad.
 
En medio de las visiones anestesiantes hubo (siempre ha habido) quien de tanto ver empezó a desconfiar: Turner, por ejemplo, se dio cuenta que los hermosos atardeceres desde los barcos coloniales podían distraer de lo más inmediato y urgente: un esclavo ahogándose (o siendo ahogado) en el brusco movimiento del mar. 
 
El paisaje fue perdiendo su función de orden para introducir intensidades no necesariamente extensivas que redistribuyeron en otros órganos y alianzas las posibilidades de ver y estar ante algo. 
 
Anoche, volvió, otra vez, La Sombra; aunque ya habían pasado
cien años, bien la reconocimos. Pasó el jardín violetas,
el dormitorio, la cocina; rodeó las dulceras, los platos blancos
como huesos, las dulceras con olor a rosa...
 
El paisaje no solo se observa de lejos, sino que se produce de manera ininterrumpida tanto dentro como fuera de nosotrxs. Así brujuleamos las imágenes y optamos por renunciar a grandes escalas para adentrarnos en micropoéticas y recovecos que son igual de relevantes que los planos de las ciudades que habitamos o  la soledad de los campos de algodón, pero que pocas veces se convocan para reflexionar un común. 
 
Ellos estaban ahí para cuidar de sus cosas, 
y a cambio sus cosas los sostenían…
 
Con consentimiento de por medio, nuestra metodología consistió en hurgar. Encontramos entre las páginas trazos de psique, cuerpo y pensamiento que muestran el tránsito de un quehacer continuo, el cual,  por lo regular, queda relegado ante la exhibición de una pieza o acción terminada. Traemos al cuarto paisajes que en su nacimiento no se configuraron para ser atendidos. Un saber intraducible. Escritura no vidente que avanza sin saber. Lo hacemos para insistir en desmitificar la práctica artística sólo como producción de piezas y también para evidenciar cómo podemos cargar montañas en los bolsillos y trazar mundos desde una hoja de papel. 
 
La emoción que provoca la belleza es fulgurante.
Hay terror en la belleza pues su perfección nos detiene o más bien
nos suspende, vertiginosamente, fuera de toda contingencia material...
 
En su convergencia, un interés por el detalle, pero ya no en su cualidad de nitidez o precisión sino en la capacidad que tiene para trabajar con lo que de usual se borra: la suavidad, la sensualidad, la densidad del mundo silente, lo animal y lo sexual. Paisajes que ordinariamente se dejan de lado porque no esquematizan ni ordenan, más bien apuntan a lo particular y a agenciamientos colectivos: a un nosotrxs que en sus grietas pone ojos en las puntas de los dedos y horizontes en las fisuras del cuerpo. 
 
 
 
 

underbelly 
(Sandra Sánchez & Mariel Vela)

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