Andrea Bores
Ciudad de México, 1990
Intuyo que el secreto de gestación de las montañas se encuentra en las rocas y las incito a revelar su código. Las estructuras de la naturaleza y la construcción del paisaje incentivan mi investigación. Soy graduada y docente en diseño textil, con estudios previos en ingeniería mecánica. Exploro las posibilidades del lienzo pictórico a través de intervenciones propias de la labor textil como el tejido, los procesos de teñido y el bordado. La ingeniería encaminó mi anhelo por entender el universo a través de posibles instrucciones. Busco aproximarme con el arte a espacios velados y disolver taxonomías.
Estudié la licenciatura en Diseño Textil y Moda en la universidad CENTRO de Diseño, Cine y Televisión (2011-2015) y realicé estudios previos en Ingeniería Mecánica y Administración por el ITESM (2008-2011). En el 2020 expuse en la feria Salón ACME con la Galería Fenómena, en la Feria de la Acción con la residencia Cobertizo y en la feria FAMA.
He realizado residencias en Cobertizo, Jilotepec (2019) y en Casa Wabi, Oaxaca (2018). Fui becaria del programa Jóvenes Creadores del FONCA 2017-2018. Presenté en el 2021 la exposición individual Tierra Nacida Sombra en el Museo de la Cancillería y mi trabajo ha formado parte de las exposiciones colectivas: Escrituras en presente continuo. Maaa Mo Mí Me Muu en el Museo Cabañas (2022); Yacimientos, Guadalajara 90210 (2022), Sentido del Tiempo, Museo de la Cancillería (2021); Panorama, Galería La Nao (2021); BIOCENO, El Museo de la Cancillería (2020); Nueva Piel para una Vieja Ceremonia , Galería Karen Huber 2019; Flores Pequeñas Agrietan el Concreto, Oaxaca, 2019; Creación en Movimiento, 2018; Bastidores, México 2017; Una rosa tiene forma de una rosa. Oficios e Instintos II, México, Casa del Lago Juan José Arreola, 2016; entre otras.
Una mancha cruza el cielo. Son cientos de pájaros; se mueven juntos, son una nube en viaje. El trazado de una tormenta apresurada. Son un lago opaco que se extiende, el reflejo de la montaña sobre la que levitan. Son un paisaje, son miles de pecas, luego no son nada. A momentos, vuelven a ser pájaros. La mente viaja en las formas y los lenguajes son otros. Y la mancha se aleja. Las miles de aves se vuelven una al desaparecer. Queda una huella en el ojo, el texto que se escribió en el cielo fue un poema que apenas se descifra.
Los lenguajes de lo orgánico no se leen con otras palabras. Las texturas, volúmenes, densidades y manchas que permean nuestro entorno no son aleatorias: son guiadas por las pulsaciones del caos, una regla absurda y lógica al mismo tiempo. La artista Andrea Bores Chemor es una lectora de lo natural. Ella entiende con precisión la gramática del paisaje, las cadencias armónicas que construyen lo que nos rodea. Su exposición Tierra Nacida Sombra es un testimonio de la memoria de los materiales, donde Andrea existe como una alquimista que captura un mundo de partículas en movimiento.
A través elementos nobles como el agua, el carbón y la tierra, ella plasma paisajes que juegan con la subjetividad y con la adaptación del ojo: una imagen que es un río, pero también una vena, al lado de una montaña que podría ser también una roca en un charco. Una humedad en un viejo edificio que es también la mancha en el borde de una maceta y la mancha el dorso de una mano. La repetición de estos patrones es lo que mueve a Andrea a convertirse en una guía de los comportamientos naturales. Y eso es lo que la hace tan generosa en su pintura: dejar entrar una segunda voluntad creativa: el pulso natural de los minerales. Con ello, se convierte en una artista que no somete a la naturaleza, sino la presenta desde los lugares menos obvios. A través de sus pinturas, Andrea invita a la fascinación con estos comportamientos que redimensionan las escalas de los patrones naturales. Sus piezas son paisajes pintados con paisaje.
Las pinturas que constituyen Tierra Nacida Sombra hablan con la intuición. Entrecerrando los ojos, se ve un derrame de petróleo que luego es la borra al terminarse un café, o la constelación de lentejas caídas en una cocina. Recuerda a las plantas que flotan abajo de un sabino y a las formas de aquellas fotos de la NASA, que se parecen tanto a las laderas de un cerro secado por el verano. O el moretón del muslo golpeado, que parece la mermelada del pan de la mañana, y no decide la intuición, porque es todo al mismo tiempo pero también es sólo una mancha, o muchas, y ninguna. Y la mancha se pierde, y la lectura se acaba, porque cuando calla la memoria, lo que mirábamos siempre fue, en realidad, una pintura.